Se despide la vieja guardia

El otro día, escribiendo el primer capítulo de Vicky o Victoria, me vino a la cabeza el nombre de muchos compañeros que pasaron por mi oficina, y tuvieron sus anécdotas con ella, con Vicky, me refiero. La mayoría pertenecen a lo que yo llamo cariñosamente la vieja guardia, y son esos colegas de profesión  procedentes de la antigua Caja Rural y que supieron dar a la palabra  compañero, un matiz especial, que cada día es más difícil de encontrar.

                Algunos, ya no están y otros como Honorino, se acaban de jubilar dejándonos con una sensación de quedarnos huérfanos que no se cómo vamos a enmendar. Pero no era lo mío ponerme triste, sino muy al contrario darles las gracias, por todo lo que han dejado a su paso, como profesionales y como personas, pues a buen seguro les echaremos de menos, incluida Victoria.

 

                Más bien pensaba despacharme con un par de anécdotas que recuerdo a menudo, sobre todo cuando me voy haciendo un poco más mayor. Cosas, como el cambio de las pesetas a los euros que van quedando atrás, pero no así las mil horas que pasé justo a muchos compañeros, y así cada vez que pienso a los pobres hombres de Prosegur cargando con kilos y kilos de pesetas, me viene a la cabeza a un querido compañero que tuve en la oficina y que se convirtió en todo un personaje- Pues se creerán, que cuando le pedí que  ayudase a cargar en la furgoneta los cientos de monedas que ese día salían de la oficina,  se quedó tan pancho con esta frase: pero jefa,  ¿tu ves estas manos?, si, le dije yo, ¡qué les pasa?, pues eso, me dijo él, que estas manos no están hechas para cargar dinero, sino para el amor…

                En fin, que a toro pasado, puedo decirlo, que lo sé, sé que hay quien me llamaba correcaminos, o el quesito, incluso alguno presumía de cómo se me iluminaba la cara cada vez que le mandaban de sustituciones a mi oficina… pues si, y me alegro, de sus chistes, de sus bromas, y de que aunque fuese un poquito, apreciasen a esta que suscribe y que a día de hoy ya no es tan novata.

                Gracias a todos los que en estos días os habéis jubilado y a los que ya no están, porque de cada uno, he aprendido algo, y porque espero, que cuando yo tenga la edad de la doña de la Casa del Sol Naciente, alguien se acuerde de mí, y piense que yo también le ayude.

                Feliz jubilación, allá donde estéis…

 

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